Se pone desnuda al borde de la ventana y te deja ver destellos de luna en su piel, que agitan deseo, que incitan a evitar el romanticismo hipócrita para no estar con “la otra” de nuevo. Te mira burlona, fija y descaradamente levantando una ceja mientras se acaricia los senos con voluptuosidad bajando suavemente las yemas de los dedos hasta sus caderas. Decides ignorarla pero después de un rato sigue ahí y su persistencia ya sólo inspira miedo, tensión y nervios que te hacen encerrar bajo las sábanas pretendiendo que no existe y como niño inocente escondiéndose “del coco” te cubres con las sábanas e intentas cerrar los ojos.
Pasan las horas y crees que se ha ido cuando de pronto sientes manos delgadas recorriéndote el pecho con estremecedor escalofrío y la cadencia de su respiración en el oído.
Está abrazándote en tanto tú no te atreves a mirarle a la cara. Huele a “organza” y te susurra en voz baja que sólo lleva puesto su lápiz labial.
- Esa, la otra, no sabe quererte…no te conoce, ni pretende...
Te llena el corazón de palabras dulces y amor despechado.
De espaldas, se coloca sobre sus rodillas y las palmas de sus manos, voltea la cabeza hacia ti y te mira de reojo, dibujando en la comisura de sus labios una sensual sonrisa que te invita a entrar, a derramarte en ella, a abandonarte a algo mucho más honesto que la felicidad: dolor y éxtasis.
Tú la tomas por la cintura y le acaricias los senos mientras te recuestas en ella, sobre ella, besándole el cuello, detrás de las orejas, en la nuca. No es sólo sexo, es entrega, aquella que duele pero también se disfruta.
Ella se posa arriba de ti, moviéndose delicadamente cuando de pronto sientes el impulso estallar en cólera y decirle que es una mentira, que se largue y te deje en paz, pero cuando sospecha que vas a hablar pone tres dedos sobre tus labios y te quema con el beso que siempre te hace callar.
- Siénteme…dime que me amas, quiero escucharlo de ti.
No puedo decirlo, no quiero.
Se rompen los dos, fundidos haciendo el amor entre un mar de sangre y lágrimas.
Amanece una eternidad y permanece contigo, recostada entre el cuello y tu hombro, con su brazo y su pierna rodeándote, con la quietud de su carita tierna y femenina, con sus ojitos llorosos te mira enamorada para desvanecerse entre los primeros rayos de luz matinal, no sin antes dejarte un suspiro que dice que nunca te abandonará.
- Solos tu y yo…nadie más
Abraza la soledad cuando la necesites y cuando te hayas hartado abandónala. No dudará en ir a ti aunque no la llames.
No te enamores de ella, sólo vuélvela tu amante.
No te le acostumbres… ¡es una puta rompe-corazones!